jueves, 16 de septiembre de 2010

La niña ñoña y el payaso


Desde su ventana no puede ver el mar porque está pixelada y cuando se asoma a ella no llega a ver más que el reflejo de su cara en la pantalla, pero su imaginación va y viene, como las olas. Es la niña ñoña, la que rellena cuadernos de una raya con pastas de cartón. Vive en un mundo que ella misma ha creado y que transforma a base de golpes de sus dedos contra un teclado, allí ella es la reina y todo el mundo la sigue embrujado por el sonido cascabelero que hacen las pupilas cuando recorren como hipnotizadas cada uno de sus párrafos.


Él es el payaso de las tortas, de gran nariz roja y enormes zapatos, nada del otro mundo, sin embargo tiene un don, sabe hacer reír y también sabe hacer llorar, con él a veces lloras de la risa y a veces ríes de la pena, pero si das con el día bueno no puedes evitar quedarte en su circo para ver como termina la función. Un día el payaso pasó delante de la casa de la niña ñoña y encontró uno de los cuadernos, aquel que parecía un diario y estaba adornado por la pelota amarilla de la risa burlona. Ella lo había dejado abierto por una hoja, que luego arrancaría, esperando que pasara él, o alguien como él, o alguien distinto que él, como si fuera una enorme telaraña de hilos de plata en la que por mucho que forcejees te quedas enganchado.


Comenzó el diario por el final y leyó su historia al revés de que como ella la había vivido y le gustó porque al leer entre líneas pudo reconocerse en historias que hablaban de él sin haberlo mencionado. Por eso dejó una nota manuscrita, doblada entre las hojas, una llamada silenciosa que de ser atendida la situaría en la casilla de salida del camino que lleva a Carthago, allí, enterrado en las ruinas de algo que ya no existía, él había colocado otro cuaderno en el que también trataba de contar su historia, no porque tuviera algo que decir, simplemente para usarlo de válvula de escape y tratar de no volverse loco.


Lo leyó y se comprendieron como se pueden comprender los que han llorado por lo mismo y los que muchas veces se han hecho daño, los que viven encerrados en una concha que no saben como atravesar para mostrarse al mundo tal y como verdaderamente son. Se fueron dejando notas, e incluso se juntaron en un dibujo la pelota y el romano, hasta que la niña ñoña se hizo amiga del payaso. Una amistad de un mundo irreal sin rostros que juntar con nombres, de palabras que viajan en líneas paralelas sin esperanza de jamás juntarse, de ideas grabadas en unos y ceros que surcan por haces ópticos el ciberespacio, un mundo de mentira que sin embargo se nutre de los sentimientos y desde el que quiero desearte feliz cumpleaños.

8 comentarios:

Sil dijo...

Qué bonito :D

Gordipé dijo...

Parafraseando a Sil, qué bonito. Y que triste, a veces. Un beso.

Anniehall dijo...

Pues a mí sobre todo me parece triste.

Newland23 dijo...

Pues a mí no me parece triste, aunque tengo cierta tendencia a caer en la melancolía que no me dejará ver el bosque

Sil dijo...

Juanjo, tú lo has dicho: yo es que el bosque es lo primero que he visto ahí. Por eso lo he visto tan bonito :)

Daeddalus dijo...

Hermosamente triste, cierto (no voy a ser original).

Newland23 dijo...

Jo! nada puede ser tan triste debajo del dibujo del romano sonriente :)

Gordipé dijo...

Es triste a veces. Quizás porque habla de soledad e incomprensión a ratos. Pero se arregla, la historia tiene un final feliz.

¡Y sale un romano sonriente!