sábado, 15 de diciembre de 2012

El mar


2012 podría ser nominado como firme candidato a Año de asco puto, perfectamente. Peeeeeeeeeeeero, porque afortunadamente para casi todo existe un pero, en 2012 me ha pasado una cosa estupenda, nueva y alucinante.

He conocido el mar.

Una de las cosas chulas que te pasan por ser ingeniero es que puedes participar en la construcción de juguetes muy, muy caros. Si además te portas muy bien y tienes algo de espíritu aventurero te pueden dejar jugar con ellos. Y yo, aunque mi aspecto puede llevar a engaño, lo tengo, pardiez si lo tengo, soy de los que a poco que les animen se apunta a un bombardeo, porque me puede la curiosidad aunque realmente me esté muriendo de miedo.

Todo esto viene a cuento porque unos ingenieros, mucho más listos que yo, se han hecho una casa en el mar, no en la orilla, qué va, en medio del mar, allí donde Neptuno perdió el tridente, y como son majos me han dejado que les ayude a amueblarla, a diseñar cómo controlar la apertura de las puertas y las ventanas, a instalarlos el teléfono, las antenas de la tele y hasta la alarma. Y ha quedado estupenda, en mitad del Mediterráneo, para servir de majestuoso refugio a los atunes y peces luna que, de vez en cuando, se paseaban por allí a saludarnos.

Podría contar unas cuantas anécdotas de la vida allí, y ya lo iré haciendo, como por ejemplo alguna relacionada con estar rodeado de rudos y viriles marinos noruegos (que habrían hecho las delicias de todas las norueguistas amigas de este blog) y de algunos filipinos que quizá no les gustaran tanto. Pero hoy solo quiero hablar de la diferencia entre estar en el mar e ir al mar. Que no es lo mismo.

Estar en el mar impresiona, muchísimo, tanto que la primera vez que me asomé al balcón de nuestra casa y me vi frente a una mole infinita y azul de agua me sentí tan pequeño que me dio vértigo. Imagino que es a pequeña escala algo parecido a lo que debe sentir un hombre que va al espacio. Me encontré completamente perdido en la inmensidad, acompañado solo por el sonido del mar y el viento, sintiendo algo nuevo y desconocido. Y experimentar una sensación nueva no es algo que pase todos los días, de hecho aunque la situación se repita el sentimiento de novedad solo lo vas a vivir una vez en la vida, porque la segunda vez que vas a buscarlo ya no está allí porque los seres humanos nos adaptamos a toda velocidad a lo desconocido.

Y esta aventura ha tenido mucho de desconocido, en primer lugar profesionalmente, porque nunca me había visto en una situación de tanta responsabilidad y he sobrevivido, pero sobre todo personalmente, porque he disfrutado con cada cosa nueva como un niño. He volado en helicóptero hasta hartarme, en días buenos en los que te quedabas hipnotizado mirando el delta del Ebro y en días de mal tiempo en los que te movías a merced del viento como si te fueras a estrellar. Otras veces he ido y vuelto en barco, dejando que el agua me salpicase en la cara hasta sentirme más vivo que nunca, cuando el mar lo permitía, y botando como una pelota cuando pintaban bastos.

También me he quedado atrapado por el temporal, sintiendo la sensación del que está privado de libertad, mirando las luces lejanas de la costa desde el ojo de buey de mi camarote como un reo mira el horizonte desde su celda, sabiendo que no hay lugar donde escapar y os prometo que me he angustiado, mucho. Y he sentido el balanceo del mar acunándome en un sueño ligero y era maravilloso, con mucha diferencia el sueño más agradable del mundo, eso si Neptuno no se cabreaba y te despertabas medio desnucado.

Me gusta el mar, quiero volver al mar. Mañana es tarde.

6 comentarios:

el chico de la consuelo dijo...

El mar es el vertigo y el infito; la enfermedad y la medicina para la gente que somos de tierra adentro.
Ya lo comenatmos pero no me puedo resistir a copiar el primer parrafo de Moby Dick

“Llamadme Ismael. Hace unos años -no importa cuánto hace exactamente-, teniendo poco o ningún dinero en el bolsillo, y nada en particular que me interesara en tierra, pensé que me iría a navegar un poco por ahí, para ver la parte acuática del mundo. Es un modo que tengo de echar fuera la melancolía y arreglar la circulación. Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metódicamente el sombrero a los transeúntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda..."

Abrazos

phaskyy dijo...

Cuando disfrutamos de el lo llamamos así.El mar.
Cuando se sufre,misteriosamente se convierte en mujer y pasa a ser La mar.
Yo le digo el mar. Para mi padre, a sus 87 años, es la mar.Esa que le robó amigos,compañeros y algún familiar. Habla de ella con añoranza y con respeto. Creo que nadie habla de la mar con tanto respeto como un pescador.
Tengo clavada en la memoria aquella vez, en verano, de noche, que fuimos a despedirlo al muelle. Ver a tu padre meterse en un cascarón después de darle un beso y saber que hasta dentro de un mes no sabría más de el, como siempre, fue duro. El ruido del motor aun lo siento. Y recuerdo como se alejaba despacio y deprisa a la vez, como si persiguiera el brillo de la luna.
Mi madre nunca mas volvió a llevarnos.
Al mes regresaba. Estaba tres días en casa y volvía a mrcharse. Y así siempre.
Ahora cuenta siempre las mismas batallas que ha vivido en la mar, y aunque nos riamos porque las repite, aún nos deja boquiabiertos.
Me encanta el mar.
Odio la mar.


NáN dijo...

¿Te imaginas "estar en el mar" en los barcos de madera en los que se navegaba y se cruzaban océanos hasta finales del XIX?

Incluso en los de ahora, esa sensación de depender de la "bondad" de las mareas debe ser estupenda.

Gordipé dijo...

Cuando era pequeña, sentadas en el muelle de Santa Pola, mi abuela me dijo, señalando la mar: "eres de familia marinera. Si alguna vez te pierdes, busca la mar. Nunca cambia de sitio y volverás a encontrarte".

Newland23 dijo...

ECDC, ya te lo había escuchado antes, pero nunca había leído ese párrafo con los mismos ojos que lo puedo leer ahora, aunque nunca vaya a cazar una ballena ahora puedo entender un poco a Ismael. El mar es aislamiento, es poner un paréntesis a la vida mientras que estás embarcado. Mil gracias.

Phaskyy, para mí es y será siempre el mar, he crecido sin él y es un descubrimiento tardío y por casualidad, podría haber vivido toda mi vida sin más experiencia que un chapuzón esporádico en la playa. Vidas como la de tu padre me parecen heróicas, de pura renuncia personal para sacar adelante una familia, aunque no sé si el lo vería igual o aceptaría sin darle más vueltas que era el tipo de vida que le había tocado. Entiendo que odies y quieras al mar.

NáN, eso es inimaginable, o se vive o no hay forma de captar ese sentimiento. Yo solo me vi atrapado por unos días y todo lo que sentí fue el agobio de la falta de libertad. Como idea romántica parece estupenda pero no sé si lo sería tanto desde un punto de vista práctico. Claro, que ellos eran gente de una pieza, no como un servidor, que es un marinero de agua dulce bien acomodado.

Gordi, tú eres de mar, eso ya lo sabía yo antes de leer las palabras de tu abuela. Ya quisiera tener yo donde encontrarme, ya hubiera querido yo saber lo que es el cariño de una abuela. Me parece precioso y te envidio mucho.

B dijo...

Se nombra Santa Pola y me pongo contenta...

El mar es de las mejores cosas de la vida. Y me gusta que te guste...