Este
mes, los ya casi ex-miembros del Club
de Lectura 2.0, hemos leído “La isla de los pingüinos”, una
novela satírica escrita nada más y nada menos que por un premio
Nobel, Anatole France,
a propuesta de Paula. Si se creía Anatole que eso ablandaría
nuestros corazones estaba apañado, porque aquí hemos venido a odiar
y nosotros odiamos con la fuerza de los mares, nosotros odiamos con
el ímpetu del viento, nosotros odiamos en la distancia y en el
tiempo, nosotros odiamos con nuestra alma y con nuestra carne,
nosotros odiamos como el niño a su mañana, nosotros odiamos como el
hombre a su recuerdo, nosotros odiamos a puro grito y en silencio,
nosotros odiamos de una forma sobrehumana, nosotros odiamos en la
alegría y en el llanto, nosotros odiamos en el peligro y en la
calma, nosotros odiamos cuando gritas cuando callas, nosotros
odiamos tanto, nosotros, nosotros odiamos tanto.
La
editorial nos hace este resumen
del libro: “En esta parodia de la historia de la civilización.
Anatole France ha elegido como protagonista a un animal gracioso y
endomingado que recuerda a la caricatura de los burgueses de finales
del XIX y principios del XX: los pingüinos. La isla de los pingüinos
arranca con un episodio hilarante: el bautizo por error, a cargo de
san Maël, de los pingüinos del ártico. A partir de ahí, Anatole
France describe en forma novelada los rasgos más notables de la
historia de la humanidad, mezclando el amor y la guerra, el poder
absoluto y la revolución, la religión y la especulación
financiera, incluso insinuando la guerra nuclear y denunciando los
rasgos más característicos del actual proceso de globalización,
que a lo que se ve, no son nada nuevos. Es difícil a veces contener
la risa al leer este texto heredero de Rabelais y Swift y que se
anticipa a Orwell.”
Dicho
todo esto, que no es más que marear la perdiz, tengo que empezar
diciendo que el libro me ha gustado, a pesar de que no sea nada
ameno, pero es que la aspirar aquí, en el club de tortura, a la
diversión es utópico. Sin embargo tengo que abrir el debate de si
está reñida la diversión con la buena lectura, si leemos para
matar el tiempo o para tratar de aumentar nuestra perspectiva del
mundo, porque si lo importante es lo primero no os leáis este libro,
pero si al contrario pensáis que merece la pena un esfuerzo como
parte del intercambio que nos propone el escritor le podéis dar una
oportunidad, porque a pesar de que el libro se estira más de lo que
seguramente muchos desearíamos, en su interior sigue habiendo perlas
que merecen ser leídas, y tal vez son las mismas que habría en la
mitad de páginas, seguro que sí, pero eso no hace que dejen de
existir y que su lectura sea maravillosa.
Anatole
France, que debía ser una persona tremendamente inteligente,
seguramente debía saberse todo esto, porque sin duda tiene pinta de
importarle poco la opinión de lechuguinos de su siglo y del nuestro,
pero a este lechugino le gusta más la letra que la música de su
novela, y empatiza con un señor nacido más de un siglo antes que él
y que es capaz de sacarle los colores a la propia historia en sí
misma, a los cuentos de hadas que nos han ido contando, a la obra y
milagros de la iglesia, a la virtud de Juana de Arco, que no es otra
que la virgen y santa Orberosa querida Bichejo, a los emperadores, a
los burgueses y hasta a los mismos revolucionarios, sin dejar títere
con cabeza, algo tan francés como ganar todas las guerras, incluso
las que se han perdido.
Como
siempre, encontraréis otras opiniones en las reseñas
de Desgraciaíto,
Carmen,
Paula
y Bichejo,
daos prisa, que se acaban.
4 comentarios:
Tomo prestado un precioso poema de Oliverio Girondo que, con unas pequeñas variaciones, nos define a las mil maravillas:
Odiar a víscera viva.
Odiar a chorros.
Odiar la digestión.
Odiar el sueño.
Odiar ante las puertas y los puertos.
Odiar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas, las compuertas del odio.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos, y hundirnos del todo en nuestro odio.
Asistir a los cursos de antropología odiando.
Festejar los cumpleaños familiares odiando.
Atravesar el África odiando.
Odiar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dejan nunca de odiar.
Odiarlo todo, pero odiarlo bien.
Odiarlo con la nariz, con las rodillas.
Odiarlo por el ombligo, por la boca.
Odiar de amor, de hastío, de alegría.
Odiar de frac, de flato, de flacura.
Odiar improvisando, de memoria.
Odiar todo el insomnio...
y todo el día.
Y sobre el libro; llevo desde que lo leí buscando paralelismos con nuestra propia historia y ahí están, salvo que no encuentro nada similar al caso Dreyfus, quizá porque nosotros, que apenas nos rozó la Ilustración, sí nos liamos a darnos de tortas varias veces durante el XIX y en el 36 ¿Empezarían aquellos horrores por algo tan absurdo que fue subiendo de tono?
Me pregunto si ante esos hechos alguien miraría atrás y se le caería la cara de vergüenza por tanta bronca ante la injusticia aunque, por otro lado, me admira que se liara tan gorda por la encendida defensa de un solo individuo.
Ayer os pregunté lo de Orberosa, que si era Juana de Arca y no me dijisteis NADA!!
El principio de tu post es tronchante pero incierto. Este libro ha conseguido más indiferencia que odio.
Yo no odio. Puedo detestar y puedo enfadarme, me puedo indignar y puedo airarme, pero no odio. Tal vez eso me aleja del club, pero es así.
Yo tampoco creo que odie. Me llena de tristeza, más bien, la sensación de perder el tiempo con algunos libros.
Publicar un comentario